Mientras que algo es desconocido, no se siente más que curiosidad, pero una vez a bordo, la desesperación y la confusión son importantes viajeros

miércoles, 29 de junio de 2011

La mujer pez.


El cielo parecía extenderse hasta la orilla, reposando su cabeza en la arena, sus pulmones se llenaban de agua salada y los cabellos formando ondas acababan enredados en los pies de algún enamorado que paseaba por la noche.
Sin ningún otro sonido que el de las cigarras, el faro parpadeaba, acrecentando entre cada mutismo del coro la sensación de grandeza del océano.
Entre la quietud, una barca reposaba cerca de los lánguidos brazos del faro. La respiración del agua alzaba y descolgaba al pescador dándole el aspecto de un conquistador. Fiero, arrastraba las redes. Cuando conseguía poner a salvo su presa, la fuerza se hacía eco y un balanceo dejaba escapar a algún que otro pez con mucha suerte.

El hombre, sintiéndose orgulloso de su trabajo advirtió que además de escamas unos cabellos tan negros como la misma profundidad se encontraban revueltos por sus redes. Alarmado por verse frente a un cadáver acudió lleno de sudor hasta el cuerpo, con la sorpresa de que aquello comenzó a incorporarse, dejando entrever entre los mechones la figura de una mujer envuelta en un kimono azúl de seda.
Sin más dilación, unas palabras salieron de su boca como burbujas, explotando en los oídos del pescador.

-como un pez he llegado hasta ti y ahora la única húmedad que conservo se encuentra en mis ojos.-

Atento miró a esos ojos que llevarían a cualquier ser al abismo y complacido por tanta belleza decidió lanzarse a ese cuerpecillo. La misteriosa dama le hizo hueco en su pecho...y cuando amaterasu volvió a separar el cielo del mar, la barca había quedado vacía en la orilla del pueblo.

El cazador había sido cazado, y un alma escorada goteaba su sangre salada a la vista del pueblo. No era la primera vez que este hecho se mostraba allí, y la familia del pescador se arrodillaban ante la tragedia. Como si en esa misma madera estuviese el cuerpo del hombre...lo cubrieron. El olor a pescado asqueba el ambiente. Las entrañas del mar tenía un olor detestable y es que la muerte no podía ser de otra forma.
A veces los niños jugaban con algunas conchas en el borde de la costa. Hacían montañas con los caparazones que habían quedado inservibles y cuando de nuevo se reunían al día siguiente, ya no quedaba ninguna prueba de que lo de ayer fuese real. Así era el agua, y así eran las personas. Ocultando la barca creyeron que ya nunca olerían de nuevo el olor a vejez temprana, al igual que los pequeños volvían a erigir su montaña.
Sin embargo al paso de los días el mismo hecho volvió como una gran ola, dejando esta vez a la misericordia de la tierra, no solo una barca, sino decenas de ellas.

El miedo es algo tan contagioso que la gente fue marchándose de aquel lugar con tanta rápidez que ni un reloj de arena podía definir. Tan solo un iluso, quiso quedarse allí y partir por la noche en busca de un terrible monstruo.
Su mente podía imaginar cosas horrendas, y sus sentidos estaban preparados para combatir contra un esperpento. El joven irresponsable arrastró con él a su prometida, la cual no se atrevía a marcharse sin él y aquella noche decidió seguirle para protegerle desde la distancia.
Seguro de sí mismo, el campesino, se llevó un cuchillo capaz de atravesar cualquier órgano impuro. Y su amada oculta tras unos árboles tenía sus manos llenas de piedras.
La chica tenía unas manos muy graciosas, eran finas, pero su rostro estaba quemado por el sol...tanto, que entre las sombras se escondía muy bien.

La dama misteriosa se hizo esperar y cuando el joven quedó casi dormido apareció frente a él. Tanta belleza no era posible. Su kimono azúl volvía a mostrarse entre cada pestañeo del faro y esos ojos hicieron preso al muchacho.
La princesa se volvió hacía el cuchillo y se cortó un mechón de pelo. Todo esto era tan imprevisto...¿ Dónde estaba ese monstruo sin corazón?
Todo pasó tan fugaz que se ahogó el llanto de la cigarra y las piedras se desplomaron de las manos de la prometida. Tanta envidía corría por su figura que un gritito hizo que la dama se zambullara en el agua, dejando volver a su amado embrujado.

El joven acudía cada noche en busca de su amor, pero ella no se le volvió a presentar. La tristeza se torno locura, y tomó la imagen de un esqueleto. Solo escribía versos a la mujer que ya jamás volvería a ver, ignorando a quién desde la distancia le cuidaba con esmero.
La prometida sabiendo que jamás podría ser tan bella como la delicada doncella, decidió encomendarse al mar y buscar a esa mujer para que salvase la vida de él.

Se sumergió en el infierno, navegando entre lo fortuito la doncella se subió a su barca y ambas comenzaron a mirarse. Necesitaba llevarla hasta su amado y decidió distraerla cantando dulces nanas.
El sonido era quebradizo como si poco a poco estuviese expulsando su alma por la garganta, estaba abortando sus sentimientos para conseguir darle vida a quién mas quería. Frente a ella tenía lo que debería de haber sido para su prometido y sin embargo, ahí estaba, vestida de hombre cantándole a quién mas odiaba.
La dama quedó esta vez presa de los sentimientos de la campesina y en el último silencio antes de que el sol dejara ver los verdaderos colores del mar, dijo con una sonrisa:

-Nunca había visto algo tan bello, me has hecho feliz.-
Aprovechando esas palabras corrió a pedirle que salvase al joven, pero el sol alumbró y dió a conocer la realidad. Después de un chasquido la belleza desapareció dejando de recuerdo entre la seda del kimono, un pez. Tan complicado es esconderse bajo la luz, que el pez agonizaba, mientras esos ojos grandes no podían cerrarse. La muchacha sintiéndo pena por lo delicada que era la belleza y lo efímera que era su vida, abrazó el pez y dejó que su convulsión tuviese el ritmo del corazón donde sentirse refugiado.
Tras unos segundos en los que el pez terminó de morir, la joven marchó a casa con el ser en sus manos y el kimono azúl en su espalda.
Cuando el perturbado vió aparecer ese kimono sobre los hombros de aquella mujer, no dejó tiempo a que ofreciera una explicación. Al igual que la cigarra se despojó de su caparazón y una nueva estación daba comienzo a otra vida...el hombre clavó ensartando a la vez el pez y el corazón de la muchacha con el cuchillo que tenía para derrotar a esa bestia de sus pensamientos pasados.
Al final, no había reconocido a su mujer, ni tampoco a su amor. Consumido por la angustía de no entregarse a ese ángel se dió al agua y allí termino toda la historia.

Todo volvió a la normalidad y meses después la gente regresó al pueblo. No había pasado nada, una ola se había llevado todas las pasiones con ella. Ningún nombre queda escrito en la arena.