Mientras que algo es desconocido, no se siente más que curiosidad, pero una vez a bordo, la desesperación y la confusión son importantes viajeros

jueves, 19 de mayo de 2011

La fealdad ofrece más comida que lo bello.




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Anoche me dejé llevar por el llanto de las cigarras, arrastrada por sus lágrimas encontré un río. Su agua estaba helada, y una mariposa desmembrada mostraba su fealdad flotando en la superficie. Seguramente hubiese estado volando acalorada tan cerca del río que los peces, con la avaricia que les caracteriza, compitieron con sus aletas por los colores de sus alas.
Cuanta envidia encerraba el agua, y nosotros bebíamos de ella como si fuera sana. Mientras imitaba la pasividad del insecto, pensé que los peces siempre desearon ser como las mariposas y que las estaciones son caprichosas. Todo se debía a un instante y si llegabamos un momento antes o por el contrario, un momento tarde, la vida no nos correspondía.
Errores del tiempo. Los ángeles escamosos trotaban por la espuma tragando luciérnagas y su estómago siendo una membrana tan fina aún dejaba ver en cada salto un suspiro de esperanza.
Se les debería de perdonar su insensibilidad, un ser que no es capaz de cerrar sus párpados y soñar, no puede sentirse feliz en su existencia. Recuerdo que había personas que estaban tan tristes que solo el sueño les ayudaba a recuperarse y el tiempo parecía correr en vez de andar.
Volví a la tierra, permanecer inerte era más cansado de lo que parecía y consideré que el infierno no está tan lejano de los humanos, siendo el cielo más inalcanzable. Quizá los peces fueran almas sumergidas como ocurría con los cuerpos de la novela de Dante.
Desde la orilla veía a Caronte llenar su barca de madera con todos esos seres de ojos espectantes, ellos aún reclamando el perdón del cielo sin más recompensa que el descanso.
En el mundo de los vivos necesitábamos alimentarnos de almas pecadoras para continuar con nuestra existencia, las desgracias hacían más honorable a los hombres que contaban con la suerte de su lado. No sé por qué nos quejamos tanto del infierno...¿Qué nos ofrece el cielo a la vida? Nunca escuché a nadie que pudo cocinar uno de esos ángeles griegos y alimentar su familia.


Las cigarras comenzaron a relajar sus voces y entendí que ese era el aviso de que debía de volver a casa. Cada cosa tiene su momento.